La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Kuopio (Finlandia). Me lo habían comentado varias veces a lo largo y ancho de Finlandia: los fines de semana hay una elevada cantidad de borrachos. Hombres mayores, no jovenzuelos pasados de alcohol.

No puedo decir que haya visto a muchos, pero el ambiente induce a pensar que no parece que lo anterior sea falso. Es fin de semana y el silencio habitual ha sido sustituido por conversaciones por doquier: todo el mundo habla, los restaurantes están llenos y el bar del hotel también. Por primer vez veo circular alcohol duro. Según mis informantes, el vodka gana a los demás por goleada, y el retrato robot sería hombre maduro, de cualquier clase social pero con mayor representación entre los trabajadores manuales, que, como todos los finlandeses, dice la leyenda negra típica que no hablan ni se comunican con sus mujeres, y cuyo objetivo no es otro que emborracharse para el lunes volver a la normalidad.

Mientras espero -en vano- en el bar del hotel para pedir una cerveza en medio de esa marabunta, un hombre solo, de mediana edad y aspecto agradable me dice algo en finlandés y, como no entiendo, ni me vuelto. Insiste en inglés, ahora sí que lo miro y me pregunta, amable, si estoy en Kuopio por algo de esquí.

Niego con la misma amabilidad y vuelvo a lo mío. No voy a explicarle que doy conferencias sobre el Camino de Santiago, claro. Al girar la cabeza veo que bebe quizás un whisky. Tiene dinero para pagarse un hotel como éste. Pero está solo y, desde luego, se siente solo. Ha reunido todo su valor para hablarme -algo inusual en Finlandia- y su mirada triste vuelve al whisky. En realidad, sus ojos saltones y brillantes lo denotan: está borracho.