La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Samso (Dinamarca). En pleno temporal de vielto del oeste que dobla los árboles, llegar al faro de Samso, en la punta sur de la isla, es una pequeña, muy pequeña, hazaña. Pero lo cierto es que el viento parece arrasarlo todo, y por eso al comienzo de la subida a la colina uno busca refugio en una sencilla construcción de cemento de cuyas paredes cuelgan dibujos, fotos y textos de los enclaves de interés arqueológico y artístico de Samso.

Nueva subida y me planto ya en la torre del faro, en cuya entrada espera una caja metálida y, al lado, un cartel que indica que procede meter en ella 10 coronas por persona. ¿Alguno engañará? Seguro, pero no constituye la regla, sino la excepción.

Escaleras pendientes y tan estrechas que en la parte superior se pasa a duras penas cuando se lleva una mochilita a la espalda. Y aguantar arriba es ya hazaña un poco mayor que la primera, porque el dios Eolo parece empeñado en derribar faro, torre y al osado visitante. Así que tras contemplar la panorámica y hacer las fotos de rigor, el descenso parece más llevadero. La sorpresa -que estaba ahí pero en la que uno no se fija antes- es que al salir compruebo que el edificio de enfrente es una tienda preciosa en la cual resulta posible tomar una bebida caliente y conseguir algo simple para comer. O sea, el máximo rendimiento de los recursos turísticos convirtiéndolos en productos. En otras palabras: sacan los cuartos a los visitantes de una manera inteligente. Y eso tiene futuro.