La Voz de Galicia
Libros, música y seres humanos
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Es así. Un chico besa a una chica contra una puerta. Cada vez que la besa, suena el timbre del periódico y la cámara de seguridad los registra. Registra los besos.
-No te preocupes. Son amigos míos, vienen a buscarme, dice el técnico de la radio.

La noche está fría. Te calientas, a falta de besos, con lecturas. Lees a Sergio Pitol que lee a Alvaro Mutis, que lee a Joseph Conrad. Lees a José Pla, cada pitillo, un adjetivo, lees las atípicas memorias que hace del escultor Manolo. Te quemas las pestañas con el Amuleto de Roberto Bolaño, Bolaño a toda velocidad, entre nubes a las cinco de la madrugada, nubes de humo. Hablaste con tu hermana, que estaba tan guapa en las fotos, con sus ojos grandes y sus manos como en el aire.

-Con las manos parece que en vez de moverlas, das pinceladas, le dijiste.

Hablaste con tu madre. Quieres tanto a tu madre. No sabes qué será de ti cuando no puedas descolgar un teléfono y hablar con ella. Llamarla solo para decirle que la quieres. Tu hijo subió dos veces en el toro mecánico de los juegos infantiles y se cayó las dos veces, claro.

-Fui dos veces, pero me caí, le dijo a la madre.

La noche está fría y no llegan las palabras para calentarla. A veces, las palabras no bastan. Lees también a EHT, que habla de Olga Ramos, de cuando Olga Ramos vio una película sobre su vida con Sara Montiel y escupió, genial, dicen que es mi vida, pero esa mujer canta como un sereno.
La mujer que trabaja en tu casa te comenta:

-No conocí a nadie que leyera tanto. Siempre estás leyendo.

Crees que ella siente curiosidad por tu curiosidad, que habrá dentro de esas páginas que abres, que historias aparecerán ahí, que son los versos, para qué sirven los versos, ¿sirven los versos para algo?
Hoy te cruzaste a una mujer que te miró como si te conociese del pasado, siempre hay que tener un pasado para volver a él.
El día del atentado en Madrid. El frío tremendo. La imaginación:

-Te imaginas ahora una bomba aquí delante de la Guardia Civil. Te imaginas ahora un coche a toda velocidad que disparase sobre esos guardias. Qué barbaridad.

Y la imaginación se congeló en el aire. Caminasteis hasta la casa y, al abrir la puerta de la casa, estallaron las ventanas. Habían puesto la bomba de la imaginación. Salisteis corriendo hacia la Guardia Civil, hacia el peligro. El peligro atrae. Ella se cayó, se cayó en la acera. Se hizo daño en las rodillas. Había un matrimonio muerto y un niño ciego. Todo reventado. Las paredes eran montañas de ladrillos destrozados. Alguien golpeaba en el amasijo de una garita. Todavía con vida. Lo sacaron de allí los bomberos con una grúa. Tuvieron que desguazar los restos de la garita. La juventud que escupe hacia arriba se detuvo. Os amabais como nunca. Tiempo paralizado. La sensación de haber salvado la vida por segundos, minutos. El frío que os hizo volver antes. Imposible ir despacio por la calle. No tengo ganas de tomar nada, en los bares de enfrente, todos hechos añicos. Y así fue. Más tarde hicisteis el amor como dos cosas muy vivas, resucitadas.
Hay momentos que no se olvidan, que no se pueden borrar de la memoria. La memoria es una cuerda de la que tiras. A veces te ahoga al tirar, otras te da vuelo, te pone en órbita. El pasado es también una órbita. Las manos ya te entraron en calor al escribir, al leer. Las palabras es lo que tienen. Las palabras nunca te fallan, de momento. Las llamas y ahí están. Aparecen sobre el folio, como un ejército de anarquistas.
Pusisteis cartones en las ventanas, todas rotas. Roto el tabique donde tu cama. Los ladrillos sobre la cama. ¿Menos mal que no estabais en cama? Preguntas difíciles de responder. El destino, el azar del destino, lo quiso así, como cuando llamó a su casa.

-Mamá, estoy en Santiago.

-Hija, tendrás mucho frío. Menuda nevada.

Y ella estaba en Madrid y no sabía nada de la nieve. No sabía que había nevado en Santiago. Pero fue rápida.

-Es alucinante, la nieve blanca sobre la piedra, mamá, parece un milagro.

Un milagro era tenerte junto a mí, esas mejillas que dolía mirarlas de lo bonitas que eran. Los dos lagos de los ojos, dos espejos azules.
Escribir es mirarse en dos espejos azules, mirarse y no encontrarse. ¿Dónde estará? El amor es así. Lo tienes agarrado como un pajarillo en la mano y, cuando menos lo esperas, abres la mano, sin querer o queriendo, y el amor vuela a otro nido, a otro sitio. Y no vuelve.